- Las bestias cuando duermen sueñan que son humanos (esto me parece el colmo de la crueldad en la naturaleza).
- Las bestias lloran.
- El mejor hábitat de las bestias, si no es la muerte, es la soledad.
- Los gemidos no son palabras humanas (no esperar ser entendidos).
- A las bestias les relaja la música.
- Hay humanos que buscan entender a las bestias (difícil de creer).
- Las bestias, pese a tener garras y colmillos, no hieren: ¿por qué entonces son heridas?
- Las palabras son la mejor arma contra humano o bestia.
- Cuando las bestias despiertan, se dan cuenta que no son humanas.
- La naturaleza es muy cruel, pero no tanto como los humanos. Sin embargo, si la naturaleza creó a los humanos…
La Flor Marchita
Creo que puedo ser la voz de los mudos, el silencio de los hablantes también. Soy lo que está perdido y nadie ha podido encontrar.
miércoles, 1 de enero de 2014
Memorándum de una bestia
martes, 3 de septiembre de 2013
Cacofonías
Ocasionalmente, apenas sin
notarlo, comencé a fumar. Después del cigarro que él había dejado, vinieron
otros tantos más. Lo hice mi vicio. Dejé los prejuicios a un lado, y me animé a
encender otro en la soledad que se volvió mi compañera.
“Cuando el sonido de la música, o del silencio, es
mayor al de mis pensamientos, disfruto más del tabaco, porque me recuerda a
ti.”
El
tiempo pasaba. El manuscrito en la mesa estaba ya terminado. Un día tras otro
era arrancado del calendario, y mentiría si dijese que había dejado de
extrañarlo. Si era posible, lo extrañaba todavía más. Veía los árboles mudar
sus hojas, quedarse desnudos, vestirse después de colores; veía bailar a la luna, veía empolvarse mis
recuerdos, o confundirse con el humo.
También
se secaron mis lágrimas, pero no dejaba de extrañarlo. Ya me había vuelto
adicta a la tristeza.
Inevitablemente,
regresaba al monólogo:
“Seré sincera. Fumo únicamente tres veces al día,
mientras la pregunta ‘¿por qué te marchaste?’ flota en el aire. Estoy sola y
hasta ahora no he encontrado la respuesta.”
Amanecer,
ocaso, y anochecer, son los momentos más tristes de un día, y también los más
hermosos.
“¿Sabes? No es fácil. Después del tercer cigarrillo
y el tercer amante, te das cuenta que una caricia no borra otra.”
Un beso
tampoco.
Siempre
me habían gustado las canciones largas con un ritmo melancólico, aquellas de
letras que duelen. Los que me conocían no entendía, no entienden, por qué
disfruto tanto con ellas si sólo me laceran más.
A
veces, es agradable encontrarle placer al dolor.
“No digas más, por favor, tu silencio –tu ausencia-
ha dicho lo suficiente.
¿Gustas un cigarrillo? ¿No? Hazme el favor entonces
de regresar por donde has venido, y no olvides llevar contigo mi efímera
esperanza, y mis estúpidas letras; no las quiero leer otra vez.”
A
prudente distancia, como si pudiese quemarme, observé el libro casi acabado
(tenía la certeza de que “algo” más le faltaba, pero no podría decir qué), que
ya tenía contrato editorial. El libro, la historia que llegaría a mil manos,
que sería leída y compartida, tal vez sin fin.
— Un
sueño nunca sustituye a otro.
“Espera, sólo déjame los recuerdos. No los
necesitas. Hoy he decidido servirme una taza de perfumado café y me gustaría
acompañarlo. Unos recuerdos con forma de galletas serían excelentes. Tal vez,
le agregue incluso tres cucharaditas de pasión enfriada, pues no le sentarán
nada mal para el sabor.”
Terminé
de fumar el cigarro, miré hacia el cielo: acababa de anochecer. Para no romper
la costumbre, pregunté:
— ¿Por
qué te marchaste?
“Una rebanada de insomnio estará deliciosa, apenas
lo pensé. ¿Te apetece acaso?”
domingo, 16 de junio de 2013
Feminicidio
Condujo sin apenas escuchar la radio. No sabía de qué
hablaban, ni siquiera la estación que tenía puesta. La noche cubría su
adrenalina. Las luces de los autos alumbraban la cara que parecía de un
lunático; sonreía, victorioso, desesperado, llorando… Realmente, no importaba,
sólo sonreía.
Fijó su
vista en el retrovisor; en los asientos traseros estaban ellas, las que lo
lastimaron sin piedad con sus palabras. Las miró, lleno de odio, lleno de amor.
Las miró lleno de pasión.
Bien amordazadas, no hacían ruido
alguno y sus ojos se perdían en la autopista indiferentemente transitada. Quizás
eran conscientes de su futuro, quizá ya se resignaban… o podría ser que
contaran con la piedad de su verdugo.
Estacionó el coche en una curva.
Abrió la puerta de los asientos traseros y las empujó con cuidado por el
bosque. Traía los cerillos en el bolsillo de su pantalón. Ellas intentaron
decirle algo, pero él no quiso escucharlas. ¡Ya habían dicho lo suficiente en
su momento! ¡Lo repitieron y lo repitieron hasta el cansancio…!
En las noches, en las tardes, en
las madrugas, en las horas de sueño y en las de desvelo…
No tardó en prender la fogata, ni
pequeña ni grande, lo suficiente para quemarlas. Sus ojos vieron cómo el fuego
iba tomando altura y las llamas parecían querer acariciar a sus futuras
víctimas. Sopló un poco y crepitó su hoguera.
Una a una, las depositó en el
fuego. Ellas se resistieron por un segundo, entonces fueron conscientes de que sus cuerpos
se doblaban y desfiguraban. La piel pálida y hermosa, como de porcelana que
poseían, ennegreció. Amarradas y con la boca amordazada, incapaces se encontraban de gritar o pedir
auxilio.
Una de ellas pudo deshacerse de
la cuerda que le oprimía el cuerpo, extendió su mano hacia la de él, sin
embargo, las llamas la obligaron a caer inconsciente. Todas sufrían en silencio. Una agonía muda.
“¿Por qué?”, preguntaban sin
mover sus labios.
¿Por qué?
— ¿Dónde está
ahora su belleza? —cuestionó él, sin prestarles atención— ¿dónde su arrogancia?
Hasta
su perfume se perdía…
Las
recordó gráciles, orgullosas. Eran iguales a las sirenas, aquellas de cantos
mortales, aquellas de promesas falsas. Mujeres perfectas que se bañaban con el
agua resbalada de sus ojos… el llanto que hoy no caía ya.
Las
sirenas siempre supieron qué palabras decir para provocarle un lago de
tristeza, donde después reían y jugaban, trenzando sus cabelleras. Hacían
aparecer un falso Leteo, pues no se trataba del lago del olvido, sino del
recuerdo. Entre lágrimas, evocaba una y otra vez, y sentía un dolor
inmenso; infinito.
Tan infinito como… como la noche,
llena de sátiros, ninfas, fuegos fatuos, duendes y esfinges que lo acompañaban
en su soledad, en su crimen.
Pensó que podría llover, vio
hacia el cielo. ¿Dónde estaban las estrellas? Bueno, de cualquier modo, si
llovía, ellas no se salvarían. No. Ya estaban condenadas. Condenadas a la
muerte, por ser hechiceras, por enloquecerlo.
Sonrió y el incendio también lo
hizo. Se expandía… ya no podrían escapar. Quizá tampoco él.
Sentía calor.
Con una fascinación casi morbosa,
extendió la mano y acarició el fuego. Creyó que rozaba la mano de un ave fénix,
pero el dolor lo hizo apartarse rápidamente. Se llevó sus dedos quemados a la
lengua… incluso muriendo, ellas le hacían daño.
Una fue quien lo había jalado,
quien lo hipnotizó para quemarse. Sí.
En silencio, le mandó un beso a
su favorita.
— El fuego te abraza (como yo te abracé) y te abrasa
(como tú me abrasaste).
Pasaron
unos cuantos minutos más. Los sátiros perseguían a las ninfas y bailaban con
ellas. Algunas parejas se besaban, mientras él, él únicamente veía cómo morían
las causantes de su dolor. Cómo quedaban reducidas a simples cenizas.
Realmente,
nunca las dañó. Nunca las golpeó, ni las engañó. Una buena noche las vio,
amarró y subió a su coche. Después, condujo a donde nadie lo encontrara, y
llevó con él una caja de cerillos. No las hirió. Al contrario, les dijo cuánto
las amaba, cuánto las odiaba.
Sólo…
sólo decidió poner fin al dolor.
Ellas
lo entenderían.
Además,
así jamás lo volverían a lastimar sus palabras, porque, al fin, fue capaz de
quemar esas cartas.
martes, 23 de abril de 2013
Mis Silencios
Espero que en mis silencios me conozcas, puedas leer mis deseos y
anhelos, aunque calle, aunque me guarde el suspiro o la lágrima.
… callo siempre… cuando quiero describirte un mundo nuevo con
mis palabras, cuando extiendo los brazos para abarcarlo todo. Cuando busco
llevarte conmigo a aquel lugar que visité entre las páginas de un libro y que
tú aún no conoces.
Callo al momento en que veo tus ojos y trato de leer a
aquella yo en tu mirada –a veces creo no existir, tú me dices lo contrario.
No callo, pero tardo en responder cuando me preguntas
(después de estar viéndote): “¿qué pasa?”
Callo al estar abrazados, y mi sonrisa pretende hablar,
pero después también calla en un suspiro, o en mis ojos cerrados.
Callo mientras pinto –tomo tu mano-, mientras dibujo,
canto, leo o escribo (o te escribo). Incluso así, incluso aquí, soy capaz de
callar.
Callo mientras me besas –mientras te beso. Mientras
caminamos y todavía no he soltado tu mano. Mientras te miro a ratos (como si no
creyese tu presencia).
Callo y te pido callar cuando lloro.
Callo al dormir en tus brazos.
Callo mis anhelos, mis alegrías, mis tristezas y mis
frustraciones. Callo también cuando quiero gritar o susurrar un secreto. Sólo
callo.
Callo
al querer leerte un poema o contarte de mi vida. Cuando te pido que me abraces.
Callo
al ver rosas en todos lados, menos en mis manos.
Callo,
callo, callo.
Porque
son mis silencios los que hablan, los que sé, puedes oír y entender.
Sin
embargo, luego de callar al preguntarme “¿qué pasa?”, reúno la voz suficiente
para decir:
“Te
quiero demasiado.”
Y
entonces, vuelvo a callar.
miércoles, 10 de abril de 2013
Flashazos
Todavía existía (si una vez
existió, ¿acaso puede dejar de existir?).
-¿Final?-
Sus
pensamientos se cruzaban, se enredaban, formaban figuras inconexas y juntas.
Cual ondas creadas por el humo de un fumador. En aquella –esta- habitación
gris, falta de color –y de blanco (y negro)- falta de sonido –y silencio- falta
de oxígeno –y espaciosa- falta de dolores –y es lacerante- falta de…
Sonrió
–una sonrisa falsa- se levantó del sofá-cama y caminó de esquina a esquina. De
una pared a otra. A otra. A otra. A otra. Cuatro paredes. Una jaula.
(¿Falta
de qué?)
Dejó
caer el cigarrillo. Su sombra lo aplastó. Estaba descalza, zapatos viejos.
Desnuda, ropa rasgada. Ropa casual. Mirada arrogante que ofrece al mundo –su mundo–
a la gente –sus sirvientes- al espejo –reflejo desconocido.
Encendió
un nuevo cigarro. (Hay cigarros por doquier.) (Hay humo.) (Pero no hay…)
—
Sigue aquí. Lo sé.
No importa cuántas veces le pida que se vaya o le dé un mal trato. Permanece
conmigo. Siempre. No pudo marcharse… no pudo…
¿Acaso
oscureció el cielo?
No.
Es una tontería (una alucinación). Hace años –siglos, milenios, segundos- que no
anochece, ni amanece. ¿Cómo era el sol? ¿Cómo la luna?
Esta
habitación –aquella habitación- blanca –falta de oscuridad- negra –falta de
luz. Aquella habitación con muchos –sin- ruidos.
Esta,
aquella, esa, ninguna, habitación; falta de…
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